Quise ser niño y me convertí en vosotros.
¿Acaso no pudisteis dejarme la inocencia
a salvo de sermones de un mundo más perfecto?.
Os di tanto, y tan deprisa, que apenas ya recuerdo
el luto de la noche en la misa del sábado,
el fervor de los rezos a las puertas del templo
y aquella luz temprana que hería el campanario.
Ha llovido mil veces y el agua no me cala.
No me cala el sentido que le dais a las cosas.
¡Ese otoño de tardes monótonas, vacías!.
Os di tanto, y tan deprisa, que apenas ya recuerdo
las aguas cristalinas del baño del domingo,
el beso de mi madre a la orilla del labio
y aquella mansedumbre tan de raya en el pelo.
He dejado mi lengua atrapada en las brumas
del perdón de las veces que actué como un necio.
¡He olvidado mis sueños en un pozo de estrellas!.
Os di tanto, y tan deprisa, que apenas ya recuerdo
las tertulias pobladas de las lunas al fresco,
el sabor del corrillo de chismes perfumado
y aquella cabra enana que bailaba en el huerto.
He enterrado mis versos en un mundo habitado
por la brizna de boca que acaricia mis sueños.
¿Quién vendrá a rescatarme de estos años sin vida?.
Os di tanto, y tan deprisa, que apenas ya recuerdo
el calor del verano en la cal de las casas,
la trastienda de fiesta de la Virgen sin dueño
y aquella romería que abrazaba las cuestas.
No pregunto y me ahogo en un mar mutilado
por un rastro de playas que detienen su estruendo.
¡Ya no alberga mi fuente el canto de esas aguas!.
Os di tanto, y tan deprisa, que apenas ya recuerdo
el zumbido de luces del farol de las calles,
el pavor del relámpago al volver del entierro
y aquella mermelada que embrujaba mi boca.
Nosotros, los de entonces, ya no vamos despacio
siguiendo comitivas que buscan cementerios.
¿Qué queda de las sombras que antaño proyectaba?
Os di tanto, y tan deprisa, que apenas ya recuerdo
los ojos de Mariajo a la vera del río,
el huracán de emociones de aquel primer encuentro
y aquella voz lejana que de mí se despedía.
Adolfo Medina
POEMAS A LA ORILLA DEL VIENTO 